sexta-feira, 26 de dezembro de 2008

Un día, ya entrada en años,

en el vestíbulo de un edificio público, un
hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo: "La conozco desde
siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he
acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora
que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que
el de ahora, devastado".

Pienso con frecuencia en esta imagen que sólo yo sigo viendo y de
la que nunca he hablado. Siempre está ahí en el mismo silencio,
deslumbrante. Es la que más me gusta de mí misma, aquélla en la que me
reconozco, en la que me fascino.

Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya
era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro
emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a
todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me
han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al
transponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese
envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno,
cómo cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los
ojos, cómo hacía la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo
grababa la frente con grietas profundas. En lugar de horrorizarme seguí la
evolución de ese envejecimiento con el interés que me hubiera tomado,
por ejemplo, por el desarrollo de una lectura. Sabía, también, que no me
equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal.
Quienes me conocieron a los diecisiete años, en la época de mi viaje a
Francia, quedaron impresionados al volver a verme, dos años después, a
los diecinueve. He conservado aquel nuevo rostro. Ha sido mi rostro. Ha
envejecido más, por supuesto, pero relativamente menos de lo que
hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel
resquebrajada. No se ha deshecho como algunos rostros de rasgos finos,
ha conservado los mismos contornos, pero la materia está destruida.
Tengo un rostro destruido.

Diré más, tengo quince años y medio.

El paso de un transbordador por el Me-kong. La imagen persiste durante toda la travesía del río.

Tengo quince años y medio, en ese país las estaciones no existen,
vivimos en una estación única, cálida, monótona, nos hallamos en la larga
zona cálida de la tierra, no hay primavera, no hay renovación.
Estoy en un pensionado estatal, en Saigón. Duermo y como ahí, en
ese pensionado, pero voy a clase fuera, a la escuela francesa. Mi madre,
maestra, desea enseñanza secundaria para su niña. Para ti necesitaremos
la enseñanza secundaria. Lo que era suficiente para ella ya no lo es para
la pequeña. Enseñanza secundaria y después unas buenas oposiciones de
matemáticas. Desde mis primeros años escolares siempre oí esa cantinela.
Nunca imaginé que pudiera escapar de las oposiciones de matemáticas,
me contentaba relegándolas a la espera.

La historia de mi vida no existe. Eso no existe. Nunca hay centro. Ni
camino, ni línea. Hay vastos pasajes donde se insinúa que alguien hubo,
no es cierto, no hubo nadie. Ya he escrito, más o menos, la historia de una
reducida parte de mi juventud, en fin, quiero decir que la he dejado
entrever, me refiero precisamente a ésta, la de la travesía del río. Con
anterioridad, he hablado de los períodos claros, de los que estaban
clarificados. Aquí hablo de los períodos ocultos de esa misma juventud, de
ciertos ocultamientos a los que he sometido ciertos hechos, ciertos
sentimientos, ciertos sucesos. Empecé a escribir en un medio que
predisponía exageradamente al pudor. Escribir para ellos aún era un acto
moral. Escribir, ahora, se diría que la mayor parte de las veces ya no es
nada. A veces sé eso: que desde el momento en que no es, confundiendo
las cosas, ir en pos de la vanidad y el viento, escribir no es nada. Que
desde el momento en que no es, cada vez, confundiendo las cosas en una
sola incalificable por esencia, escribir no es más que publicidad. Pero por
lo general no opino, sé que todos los campos están abiertos, que no
surgirá ningún obstáculo, que lo escrito ya no sabrá dónde meterse para
esconderse, hacerse, leerse, que su inconveniencia fundamental ya no
será respetada, pero no lo pienso de antemano.
Ahora comprendo que muy joven, a los dieciocho, a los quince años,
tenía ese rostro premonitorio del que se me puso luego con el alcohol, a la
mitad de mi vida. El alcohol suplió la función que no tuvo Dios, también
tuvo la de matarme, la de matar. Ese rostro del alcohol llegó antes que el
alcohol. El alcohol lo confirmó. Esa posibilidad estaba en mí, sabía que
existía, como las demás, pero, curiosamente, antes de tiempo. Al igual que
estaba en mí la del deseo. A los quince años tenía el rostro del placer y no
conocía el placer. Ese rostro parecía muy poderoso. Incluso mi madre
debía notarlo. Mis hermanos lo notaban. Para mí todo empezó así, por ese
rostro evidente, extenuado, esas ojeras que se anticipaban al tiempo, a los
hechos.

sexta-feira, 5 de setembro de 2008

Depois de toda essa confusão e de ter ficado na rua outra vez, rua a que posso chamar sem medo de lar, um cansaço imenso todavia me invadiu, não é que não tenha apenas uma casa, não tenho na verdade o abrigo de ver nas coisas algum sentido, e da motivacão de fazer as coisas direito, ter gestos bacanas, enfim. Ao redor é decadencia e dentro solidao.

sexta-feira, 3 de agosto de 2007

Heart Of The Sunrise - Yes

(videos na barra ao lado)

Love comes to you and you follow
Lose one on to the heart of the sunrise
SHARP-DISTANCE
How can the wind with its arms
All around me

Lost on a wave and then after
Dream on on to the heart of the sunrise
SHARP-DISTANCE
How can the wind with so many around me
Lost in the city

Lost in their eyes as you hurry by
Counting the broken ties they decide
Love comes to you and then after
Dream on on to the heart of the sunrise
Lost on a wave that you're dreaming
Dram on on to the heart of the sunrise
SHARP-DISTANCE
How can the wind with its arms all around
Me
SHARP-DISTANCE
How can the wind with so many around me
I feel lost in the city

Lost in their eyes as you hurry by
Counting the broken ties they decided

Straightt light moving and removing
SHARPNESS of the colour sun shine
Straight light searching all the meanings
Of the song
Long last treatment of the telling that
Relates to all the words sung
Dreamer easy in the chair that really fits
You

Love comes to you and then after
Dream on on to the heart of the sunrise
SHARP-DISTANCE
How can the sun with its arms all around
Me
SHARP-DISTANCE
How can the wind with so many around me
I feel lost in the city

quinta-feira, 26 de julho de 2007

Rain - Angela Aki



(video na barra - lado direito)

Gouin ni susundeku jikan no
Reikoku na ashioto ga suru
Teeburu ni nokosareta memo ni
"Kimi no sei dewa nai kara" to

Anata wa mou modotte konai to
Chinmoku ga oshiete kureta
Ame no furu, mijime na kono yoru
Anata no koto wasurete shimau

Rain, rain, rain, ano hito no omoide
Rain, rain, rain, nagashite hoshii
Rain, rain, rain, furiyanda ato ni
Rain, rain, rain, umarekawaritai

Are kara wa ni-nen chikaku tatte
Imada ni sou, hitori de iru wa
Atarashii basho, atarashii hito to,
Anata wa mou shiawase nano ka?

Rain, rain, rain, ame ni nureru tabi
Rain, rain, rain, kuchi ga kikenai
Rain, rain, rain, kotoba nakushite mo
Rain, rain, rain, ai wo tsudzuritai

Rain, rain, rain, rain

Rain, rain, rain, ame ni nureru tabi
Rain, rain, rain, anata omoidasu
Rain, rain, rain, kotoba nakushite mo
Rain, rain, rain, ai wo tsudzuritai
Ai wo tsudzuritai

segunda-feira, 23 de julho de 2007

Marie-Elisabeth Hecker - Tributo

Marie: Paz num dia difícil, nunca esqueci esta sonata.

quinta-feira, 19 de julho de 2007

"Sylvie" - Gerard de Nerval)

(Primeiro e ultimo capítulo)

Notas e texto integral em Sylvie
Clima do livro "Aurelia" (Nerval enlouquecendo) no video na barra ao lado (sombrer) - é, talvez um pouco mórbido... Enfim...


I. - Nuit perdue

Je sortais d'un théâtre où tous les soirs je paraissais aux avant-scènes en grande tenue de soupirant. Quelquefois tout était plein, quelquefois tout était vide. Peu m'importait d'arrêter mes regards sur un parterre peuplé seulement d'une trentaine d'amateurs forcés, sur des loges garnies de bonnets ou de toilettes surannées, - ou bien de faire partie d'une salle animée et frémissante couronnée à tous ses étages de toilettes fleuries, de bijoux étincelants et de visages radieux. Indifférent au spectacle de la salle, celui du théâtre ne m'arrêtait guère, - excepté lorsqu'à la seconde ou à la troisième scène d'un maussade chef-d'œuvre d'alors, une apparition bien connue illuminait l'espace vide, rendant la vie d'un souffle et d'un mot à ces vaines figures qui m'entouraient.

Je me sentais vivre en elle, et elle vivait pour moi seul. Son sourire me remplissait d'une béatitude infinie; la vibration de sa voix si douce et cependant fortement timbrée me faisait tressaillir de joie et d'amour. Elle avait pour moi toutes les perfections, elle répondait à tous mes enthousiasmes, à tous mes caprices, - belle comme le jour aux feux de la rampe qui l'éclairait d'en bas, pâle comme la nuit, quand la rampe baissée la laissait éclairée d'en haut sous les rayons du lustre et la montrait plus naturelle, brillant dans l'ombre de sa seule beauté, comme les Heures divines qui se découpent, avec une étoile au front, sur les fonds bruns des fresques d'Herculanum !

Depuis un an, je n'avais pas encore songé à m'informer de ce qu'elle pouvait être d'ailleurs; je craignais de troubler le miroir magique qui me renvoyait son image, - et tout au plus avais-je prêté l'oreille à quelques propos concernant non plus l'actrice, mais la femme. Je m'en informais aussi peu que des bruits qui ont pu courir sur la princesse d'Elide ou sur la reine de Trébizonde, - un de mes oncles, qui avait vécu dans les avant-dernières années du XVIIIe siècle, comme il fallait y vivre pour le bien connaître, m'ayant prévenu de bonne heure que les actrices n'étaient pas des femmes, et que la nature avait oublié de leur faire un cœur. Il parlait de celles de ce temps-là sans doute; mais il m'avait raconté tant d'histoires de ses illusions, de ses déceptions, et montré tant de portraits sur ivoire, médaillons charmants qu'il utilisait depuis à parer des tabatières, tant de billets jaunis, tant de faveurs fanées, en m'en faisant l'histoire et le compte définitif, que je m'étais habitué à penser mal de toutes sans tenir compte de l'ordre des temps.

Nous vivions alors dans une époque étrange, comme celles qui d'ordinaire succèdent aux révolutions ou aux abaissements des grands règnes. Ce n'était plus la galanterie héroïque comme sous la Fronde, le vice élégant et paré comme sous la Régence, le scepticisme et les folles orgies du Directoire; c'était un mélange d'activité, d'hésitation et de paresse, d'utopies brillantes, d'aspirations philosophiques ou religieuses, d'enthousiasmes vagues, mêlés de certains instincts de renaissance; d'ennuis des discordes passées, d'espoirs incertains, - quelque chose comme l'époque de Pérégrinus et d'Apulée. L'homme matériel aspirait au bouquet de roses qui devait le régénérer par les mains de la belle Isis; la déesse éternellement jeune et pure nous apparaissait dans les nuits, et nous faisait honte de nos heures de jour perdues. L'ambition n'était cependant pas de notre âge, et l'avide curée qui se faisait alors des positions et des honneurs nous éloignait des sphères d'activité possibles. Il ne nous restait pour asile que cette tour d'ivoire des poètes, où nous montions toujours plus haut pour nous isoler de la foule. A ces points élevés où nous guidaient nos maîtres, nous respirions enfin l'air pur des solitudes, nous buvions l'oubli dans la coupe d'or des légendes, nous étions ivres de poésie et d'amour. Amour, hélas ! des formes vagues, des teintes roses et bleues, des fantômes métaphysiques ! Vue de près, la femme réelle révoltait notre ingénuité; il fallait qu'elle apparût reine ou déesse, et surtout n'en pas approcher.

Quelques-uns d'entre nous néanmoins prisaient peu ces paradoxes platoniques, et à travers nos rêves renouvelés d'Alexandrie agitaient parfois la torche des dieux souterrains, qui éclaire l'ombre un instant de ses traînées d'étincelles. - C'est ainsi que, sortant du théâtre avec l'amère tristesse que laisse un songe évanoui, j'allais volontiers me joindre à la société d'un cercle où l'on soupait en grand nombre, et où toute mélancolie cédait devant la verve intarissable de quelques esprits éclatants, vifs, orageux, sublimes parfois, - tels qu'il s'en est trouvé toujours dans les époques de rénovation ou de décadence, et dont les discussions se haussaient à ce point, que les plus timides d'entre nous allaient voir parfois aux fenêtres si les Huns, les Turcomans ou les Cosaques n'arrivaient pas enfin pour couper court à ces arguments de rhéteurs et de sophistes.

« Buvons, aimons, c'est la sagesse ! » Telle était la seule opinion des plus jeunes. Un de ceux-là me dit : « Voici bien longtemps que je te rencontre dans le même théâtre, et chaque fois que j'y vais. Pour laquelle y viens-tu ? »

Pour laquelle ?... Il ne me semblait pas que l'on pût aller là pour une autre. Cependant j'avouai un nom. - « Eh bien !, dit mon ami avec indulgence, tu vois là-bas l'homme heureux qui vient de la reconduire, et qui, fidèle aux lois de notre cercle, n'ira la retrouver peut-être qu'après la nuit. »

Sans trop d'émotion, je tournai les yeux vers le personnage indiqué. C'était un jeune homme correctement vêtu, d'une figure pâle et nerveuse, ayant des manières convenables et des yeux empreints de mélancolie et de douceur. Il jetait de l'or sur une table de whist et le perdait avec indifférence. - « Que m'importe, dis-je, lui ou tout autre ? Il fallait qu'il y en eût un, et celui-là me paraît digne d'avoir été choisi. - Et toi ? - Moi ? C'est une image que je poursuis, rien de plus.

En sortant, je passai par la salle de lecture, et machinalement je regardai un journal. C'était, je crois, pour y voir le cours de la Bourse. Dans les débris de mon opulence se trouvait une somme assez forte en titres étrangers. Le bruit avait couru que, négligés longtemps, ils allaient être reconnus; - ce qui venait d'avoir lieu à la suite d'un changement de ministère. Les fonds se trouvaient déjà cotés très haut; je redevenais riche.

Une seule pensée résulta de ce changement de situation, celle que la femme aimée si longtemps était à moi si je voulais. - Je touchais du doigt mon idéal. N'était-ce pas une illusion encore, une faute d'impression railleuse ? Mais les autres feuilles parlaient de même. - La somme gagnée se dressait devant moi comme la statue d'or de Moloch. « Que dirait maintenant, pensai-je, le jeune homme de tout à l'heure, si j'allais prendre sa place près de la femme qu'il a laissée seule ?...» Je frémis de cette pensée, et mon orgueil se révolta.

Non! ce n'est pas ainsi, ce n'est pas à mon âge que l'on tue l'amour avec de l'or : je ne serai pas un corrupteur. D'ailleurs ceci est une idée d'un autre temps. Qui me dit aussi que cette femme soit vénale ? - Mon regard parcourait vaguement le journal que je tenais encore, et j'y lus ces deux lignes : « Fête du Bouquet provincial. - Demain, les archers de Senlis doivent rendre le bouquet à ceux de Loisy.» Ces mots, fort simples, réveillèrent en moi toute une nouvelle série d'impressions : c'était un souvenir de la province depuis longtemps oubliée, un écho lointain des fêtes naïves de la jeunesse. - Le cor et le tambour résonnaient au loin dans les hameaux et dans les bois; les jeunes filles tressaient des guirlandes et assortissaient, en chantant, des bouquets ornés de rubans. - Un lourd chariot, traîné par des bœufs, recevait ces présents sur son passage, et nous, enfants de ces contrées, nous formions cortège avec nos arcs et nos flèches, nous décorant du titre de chevaliers, - sans savoir alors que nous ne faisions que répéter d'âge en âge une fête druidique survivant aux monarchies et aux religions nouvelles.


XIV - Dernier feuillet

Telles sont les chimères qui charment et égarent au matin de la vie. - J'ai essayé de les fixer sans beaucoup d'ordre, mais bien des cœurs me comprendront. Les illusions tombent l'une après l'autre, comme les écorces d'un fruit, et le fruit, c'est l'expérience. Sa saveur est amère; elle a pourtant quelque chose d'âcre qui fortifie, - qu'on me pardonne ce style vieilli. Rousseau dit que le spectacle de la nature console de tout. Je cherche parfois à retrouver mes bosquets de Clarens perdus au nord de Paris, dans les brumes. Tout cela est bien changé !

Ermenonville ! pays où fleurissait encore l'idylle antique, - traduite une seconde fois d'après Gessner ! tu as perdu ta seule étoile, qui chatoyait pour moi d'un double éclat. Tour à tour bleue et rose comme l'astre trompeur d'Aldebaran, c'était Adrienne ou Sylvie, - c'étaient les deux moitiés d'un seul amour. L'une était l'idéal sublime, l'autre la douce réalité. Que me font maintenant tes ombrages et tes lacs, et même ton désert ? Othys, Montagny, Loisy, pauvres hameaux voisins, Châalis, - que l'on restaure, - vous n'avez rien gardé de tout ce passé ! Quelquefois j'ai besoin de revoir ces lieux de solitude et de rêverie. J'y relève tristement en moi-même les traces fugitives d'une époque où le naturel était affecté; je souris parfois en lisant sur le flanc des granits certains vers de Roucher, qui m'avaient paru sublimes, - ou des maximes de bienfaisance au-dessus d'une fontaine ou d'une grotte consacrée à Pan. Les étangs, creusés à si grands frais, étalent en vain leur eau morte que le cygne dédaigne. Il n'est plus, le temps où les chasses de Condé passaient avec leurs amazones fières, où les cors se répondaient de loin, multipliés par les échos !... Pour se rendre à Ermenonville, on ne trouve plus aujourd'hui de route directe. Quelquefois j'y vais par Creil et Senlis, d'autres fois par Dammartin.

A Dammartin, l'on n'arrive jamais que le soir. Je vais coucher alors à l'Image Saint-Jean. On me donne d'ordinaire une chambre assez propre tendue en vieille tapisserie avec un trumeau au-dessus de la glace. Cette chambre est un dernier retour vers le bric-à-brac, auquel j'ai depuis longtemps renoncé. On y dort chaudement sous l'édredon, qui est d'usage dans ce pays. Le matin, quand j'ouvre la fenêtre, encadrée de vigne et de roses, je découvre avec ravissement un horizon vert de dix lieues, où les peupliers s'alignent comme des armées. Quelques villages s'abritent çà et là sous leurs clochers aigus, construits, comme on dit là, en pointes d'ossements. On distingue d'abord Othys, - puis Eve, puis Ver; on distinguerait Ermenonville à travers le bois, s'il avait un clocher, - mais dans ce lieu philosophique on a bien négligé l'église. Après avoir rempli mes poumons de l'air si pur qu'on respire sur ces plateaux, je descends gaiement et je vais faire un tour chez le pâtissier. « Te voilà, grand frisé ! - Te voilà, petit Parisien ! ». Nous nous donnons les coups de poing amicaux de l'enfance, puis je gravis un certain escalier où les joyeux cris de deux enfants accueillent ma venue. Le sourire athénien de Sylvie illumine ses traits charmés. Je me dis : « Là était le bonheur peut-être; cependant...»

Je l'appelle quelquefois Lolotte, et elle me trouve un peu de ressemblance avec Werther, moins les pistolets, qui ne sont plus de mode. Pendant que le grand frisé s'occupe du déjeuner, nous allons promener les enfants dans les allées de tilleuls qui ceignent les débris des vieilles tours de brique du château. Tandis que ces petits s'exercent, au tir des compagnons de l'arc, à ficher dans la paille les flèches paternelles, nous lisons quelques poésies ou quelques pages de ces livres si courts qu'on ne fait plus guère.

J'oubliais de dire que le jour où la troupe dont faisait partie Aurélie a donné une représentation à Dammartin, j'ai conduit Sylvie au spectacle, et je lui ai demandé si elle ne trouvait pas que l'actrice ressemblait à une personne qu'elle avait connue déjà. « A qui donc ? - Vous souvenez-vous d'Adrienne ? »

Elle partit d'un grand éclat de rire en disant : « Quelle idée ! » Puis, comme se le reprochant, elle reprit en soupirant : « Pauvre Adrienne ! Elle est morte au couvent de Saint-S..., vers 1832. »

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sexta-feira, 13 de julho de 2007

To Sylvia

(na barra ao lado, video com scene do filme de mesmo nome ("lacemaker","La dentellière"), baseado no romance de Pascal Laine, traduzido para o portugues por Clarice Lispector)

Words: William Shakespeare, from "Two Gentleman of Verona", Act 4 Scene 2
Music: Franz Schubert, Opus 106 no. 4 / D. 891, 1826

Who is Sylvia? What is she,
That all our swains commend her?
Holy, fair and wise is she;
The heaven such grace did lend her
That she might admire be.

Is she kind as she is fair?
For beauty lives with kindness:
Love doth to her eyes repair,
To help him of his blindness;
And being help'd, inhabits there.

Then to Sylvia let us sing.
That Sylvia is excelling;
She excels each mortal thing
Upon the dull earth dwelling;
To her let us garlands bring.